sábado, marzo 24, 2007

Breakfast forever

Confesiones de alguien que tomaría desayuno por toda la eternidad.

Cuando era niño y mi mamá me preguntaba qué quería almorzar, yo por lo general me encontraba sirviéndome leche tibia en un vaso y disponiéndome a dejar soltar un puñado de bolitas de maíz con chocolate que, remojadas en leche, hacen una combinación espectacular: la suavidad del cereal blando es acompañado por la dulzura de la leche. Hay pocas cosas que me gustan tanto como tomar cereal con leche y si las mencionara resultaría inmoral.
A diferencia del lonche, su malvado primo hermano, el desayuno es necesario e ineludible. Para aquellos que no nos hemos embutido un sanguchón campesino a las tres de la mañana, las largas horas de sueño traen consigo un desgaste físico que tenemos que reponer antes de iniciar nuestras actividades diarias.
Luego de que mi mamá me preguntara qué quería almorzar, y después de darle mi primer sorbo al vaso de leche tibia con cereal de chocolate, las ideas sobre qué almorzar ese día son nubladas por imágenes de mí en una isla desierta, tomando leche tibia con cereal de chocolate. En mi sueño, la isla desierta también está hecha de cereal de chocolate y el mar es un basto charco de leche. En aquel lugar no puedo discernir entre un puré de papas con pollo al sillau (uno de mis platos favoritos) de un hígado encebollado, todos mis pensamientos están siendo dedicados a la leche con cereal de chocolate.
Una vez que he salido de aquel transe, trato de convencer a mi mamá que se tome el día libre, que no hay que almorzar nada, que por qué no mejor comemos solo leche con cereal de chocolate (ella tiene una versión madura, una caja de cereal de hojuelas de maíz y trigo con miel), y ante la viada que he cogido le confieso que yo podría pasar la vida entera tomando leche con cereal de chocolate y olvidarme de lo demás. No trabajaría, no saldría de casa, nada más andaría en pijama y ensayaría un simulacro de mi sueño: mi cama sería una isla improvisada y mis cosas flotarían en un mar de chocolate.
Ella me mira con cierta displicencia mientras coge sus cosas para salir a comprar al supermercado. Apunta en un papel las cosas que tiene que comprar y parece que se ha decidido por algo práctico (creo que ha dicho algo sobre hacer hamburguesas caseras), mientras yo sigo saciando mi sed de desayuno con una cuchara grande de sopa. Incluso hoy me considero un fanático acérrimo del desayuno y pienso de que si existe un cielo, allá también deben estar tomando desayuno.


Pedro Casusol Tapia